domingo, 3 de noviembre de 2013

Simbiosis instantánea (Antiamor o la incapacidad de estar solo)

No me detengo la mitad de un minuto en pensar sobre esta reunión tan amena. No divago por ti como en un intermedio casero, como por un tonto tropiezo temporal. No admiro de ti algún paisaje instantáneo, sino a quien admiro es a ti, a tu totalidad sin dividendos, a tu devenir absoluto, a esa paradoja que me invita a bailar, aquella de la que siempre reniego, aquella que jamás me absuelve. Tú me dices y yo te escucho, cual indecisa luciérnaga que afirma y niega paralelamente.

Tú me gruñes y yo invariablemente te sonrío
Tú me enfrentas y yo te respondo indiscretamente
Tú me abofeteas y yo con la mejilla colorada te acaricio
Tú me llenas y yo me vacío completo por ti
Tú te fastidias de mí y yo estoy sediento por ti
Tú escribes sobre esta espalda enyugada y yo te leo con cada mirada epistolar que me envías
Tú me críticas a conciencia y yo concientemente te amonesto sin reprochar tu beldad
Tú vomitas sobre mí pecho sangrante después de una noche pesada y yo me atraganto de tu desbordante imperfección.
Tú me gritas ahuyentando todos mis miedos y yo te lanzo susurros presurosos provocándolos de nuevo.
Tú limpias agachada mi cobardía y yo ensucio tu osadía tirado sobre la tersa piel de la pradera de la cual jamás has requerido previa invitación.
Tú tocas a la puerta del Olimpo y yo aguardo parado y con devoción teatral en el umbral de la fiesta telúrica.
Tú vas apresurada podando los jardines del edén y yo crezco veloz sobre las barbas oscuras
Tú me enciendes como fósforo despeinado y rebelde y yo te guardo como coleccionista avaro, despidiendo de la mano a todo cliente insatisfecho
Tú me das cátedra cinco minutos antes del anochecer, y yo estoy sentado en la primera banca como todo un engreído bachiller, como un inexperto abandonado en un nocturno burdel.
Tú me quitas todo, como ladrón insaciable, y yo te devuelvo llanto y alegría, las dos satisfacciones cuya función es la evidencia de mi vida.
Tú me ofreces la vida entera y yo me suicido cada segundo a la espera de tu fabril tarea
Tú eres la fastuosa obra del anónimo artista y yo el menos calificado de los estetas
Tú me ves a través de un cascada fantasma, a través de invisibles pueblos, a través de cristalinas quimeras, y así me rehúsas dándome tu peor presentación y yo te observo con los párpados cerrados y sé aún que estás ahí, completa, veo tu rostro ý no comprendo por
qué éste dejó de verme ayer, campesina sembrando tu gloria indeleble, como escritor sobre la blanca tierra.
Tú mueves las estaciones comprobando tu arcaica magnificencia y yo sólo camino descalzo sobre los carbones candentes arriba de tu calva coronilla.
Tú envenenas mi sexo, deprimido antes de tu era, debajo del cielo raso, y yo doy antídoto a tu sensibilidad impermeable, cubierta con la profundidad de la indiferencia.

Tú y yo teníamos un castillo, y con la avidez que me contagiaste concluyo, nadie lo construyó, estábamos lejanos de la civilización, de la ciencia y del control urbano, pero sí ambos lo habitamos. Tú y yo estamos condenados a un castigo, penitencia inmediata de la antilógica amorosa: curar las cumbres afligidas y alimentar juntos esta casa entrometida, por que de las tormentas habidas, ha de sobrar duradera una precoz bienvenida y una bahía ventajosa.

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