domingo, 3 de noviembre de 2013

Ramía Moira o las excentricidades de un otorrinolaringólogo

 

I

La estulticia del pellejo regurgitan los titanes,
Brisa desempacada de la primera estructura.

Voy desmontando al caballo y cabalgando sobre el fiambre
Yuxtapuesto en la cuenca de la pretensión y la zozobra.

Intervengo en los tubérculos del anarquista
Y el municipio eclosiona.

Clamando por bramidos, suelo y aire
Se atraviesan los infortunios
Sentenciando la expiración de las palmeras y  las olas.

Por fibra, amistad
Por cebo, conmiseración
Por sarcoma, pasión
Por osos.


II


Cada atardecer insinuado
Fue la desidia insoslayable del espanto
Cada parto declinado
El fuego cristalino entre tus manos
Cada uno era cada vómito imposible
Cada codo y cada ínsula desperdigada
Sin un auriga y sin un bozal
Que de entre este vientre inasible
Quebrase el cuello del infans
Labios teñidos de rojo pálido,
Un rubor violento que expresa tiranía.

Caducifolios los cabellos raídos,
Aquellos que no saben de los matorrales
Como huracanes de seda liviana,
Acarician el estruendo presente.

Ayer rosearon de sevicia el portal desvaído.

El capitán nos ordenó abortar la misión.

-¡Aborten...Repito...Aborten!-

 

III



Gruñe el escándalo de la lagartija
Al clarear el horizonte sobre tus cejas
Exijo remendar los desconsuelos
Por los zapatos raspados de mis hijas.
Nada es mío aunque de todo sea dueño
Creo en los talantes bodrios y en los anos aflorados
Y despejo del celeste cine las últimas palabras
Créditos fatigados y jadeantes de una película mal subtitulada.

Ingerí el prototipo de una habilidad y de una sapiencia anticlericales
Ahora hay alguien que derrite sermones en su estrago.
Son reflectores de incontables ocurrencias seculares,
Axiomas principales de un cuento sin principio
Parece la matemática, que por necesidad no parece,
Sino que es y punto, no devela nada, ni se atraganta con sus respiros.
Es superficie infinita, indeterminada y absurda
Clave del mundo, tendida sin él, clavada.


IV


Todo está en todo, pues la justicia abarata la inmodestia
Pero no salen de la cabeza ideas que delimiten al orden
Las leyes son sin que las ejerzamos o las consideremos siquiera,
Son las huérfanas del cosmos, ni enfermas, ni solitarias.
Rodeo inútil salpicando ruedos risorios y pulcros,
Es la historia de la mediocridad enfrascada en el sepulcro
Libre rama destruida por su obstinación
Aquella que le hace estar aferrada al tronco.
Corro despavorido e infeliz, entre la muchedumbre del coro
Canto enfurecido para un auditorio vacío y afónico.
(tuertos, mudos, sordos, cojos)
golpeo a un contrincante olvidado e impotente
y sólo porque me aterra estar solo.

Soy quien no soy por la espera del ser
Del que siempre, y sin testigos cómplice soy
Sorbo una ausencia pedante que rasura la piel
Aurícula vituperada en el banquete del pobre
Evanescencia activa que pinta el perecer
originaria del auténtica arpa,
Instrumento áspero con cuerdas en forma de púas.
Soberbia malta malograda, suspendida en la lengua de una cueva
Produces frambuesas y colaboras con la dulcificación del mundo
De todos modos aquí, la gente despierta con un alacrán enredado en la garganta.

V



¿Qué dices? ¡No! ¡No! ¡No!
Es resfriado de los tiempos,
Estornuda de inmediato esa gran mortificación,
Su nariz gotea una mucosidad transparente y diáfana
Yo me ahogo,
mientras colgado de una telaraña
Yo me tejo sólo con agujas encajadas
Al tiempo que una gruta me reclama
Yo me escondo en la plata avinagrada.


VI


Vino del río de caramelo
Estaba que daba risa
Pues a cualquier lugar donde iba
Preguntaba si había guisa
De obrar y cobrar por la misa.
Antes si un vaso de vino le servían, -exclamó, claro, sin humedecer sus palabras antes de escupirlas-.
Relató la historia de un vástago herido
Y el porqué de sus piernas entumidas
Brincando noche y noche, día y día
Que por su prisa jamás arribó de la nítida osadía
De burlar los campos y las trillas
Siendo el único en romper el piso,
Pues pensó que si con él iban a fenecer
Sólo de reír y llorar podrían abonar
Las parcelas, y éstas a las mulas.

Azorado, escapó del fondo de un árbol negro
Y ante la inesperada huida,
Las castas constreñidas de esta higuera úrica,
Comenzaron a doblarse y crecer hacia adentro.

Gloria y tenor.

Y sólo porque me aterra estar solo.

Nadie abortó, y el capitán se ahorcó.

 

VII



Luego el erizo de un infarto regresó a la vida
Y el antiguo árbol negro se disfrazó de cactáceo.
Su elección irremediable fue pródiga,
Así lo piensan, después de cabildeos torpes,
Los aldeanos cínicos, que siembran harina
Los pastores chimuelos, que pican calcio
La transposición equivalía a una silla y cuatro patas de mesa
En la oscura sala de la mansión abierta.
Entré un día sin tocar la puerta
Y también sin previo aviso una tolvanera demente
Me enterró entre montañas de alpiste y hambrunas de avaricia
Asignado tenía el nombre de un gusano articulado
De la hoguera  incurable flotan silbidos de muerte
Se encendieron cuatro pilares, y nació la página tres
Soplos escasos, lacónicos rumores, atavíos de aves.
Tambores caídos por vientos fugaces
Sinfonía derruida por tribus silenciosas de perdices
Encontrarás que no somos deducibles
Si bien miras más allá de tus narices.



México, D.F. a 27 de febrero de 2004




















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