domingo, 3 de noviembre de 2013

Lindero preso


Contuve cuatro décadas la respiración inexorable
Desorbitándose todas mis carencias inefables
Sufriendo la expiación de mis menesteres olvidados.
Mi corona desnudóse lentamente avergonzada
Estrella nevada  por el intento del engaño
Al ensuciarme con el barro de la impenetrable montaña
Y enclavado en el risco inmaculado de la nada
Confióse el convidado y el fiel amigo del soplo
Viudo de las lágrimas, las nubes y el deseo. 

He nacido embarrado de absoluta sorpresa
Doliente doy cuatro pasos y con las sábanas puestas
Van cavando asustados sobre mis propias cenizas
Ingenuamente no perciben mi nuevo viaje
Del cual no soy inmigrante, sino asiduo colaborador
Dicho obrero de un corto y preciado linaje
Es a mi a quien han incinerado, abriendo una brecha en el pálido suelo.

He despertado entumecido, a lado de un manantial de frías aguas
Pasan diez deslices y vuelvo a dormir, recostado sobre un ojo de llamas
Parece ser que nunca me he detenido  y con la ciática derrumbada pronuncio
Una larga tira de bejucos ociosos que flotan en la navegación del este
Relativa dinámica la que sigo, cuando una línea punteada me arrastra
Infringiendo en un enorme delito: hurgar en el anochecer raquítico
Y ultrajar a los humildes búhos promocionando mi escape
Son propietarias, estas bestias, de una lente cóncava y convexa
Recaudadores que tienen en su bolsillo agujerado una enorme responsabilidad
La de mermar o engrandecer la nada incipiente pobreza
De la tundra impositiva, clave certera de la carnívora dualidad
Qué alivia malestares temporales, pero no la dictadura de mi destino militar
Una disciplina infranqueable ésta de vivir viendo hacia los siempre nómadas nimbos
y morir agachando y reumático observando tus pródigas raíces.

Palomas impacientes, congeladas en el despótico ser
Como bombas de helio o botones desplumados del ayer
Jamás dieron un paso, nunca un reflujo las obligo a correr
Tras el breve y fugaz influjo, indignadas por no comer
Aves infames del último grano de oro que vi llover
Y del séptimo repique taciturno aunado al anochecer
Pobláronse de mierda sus habitaciones polares
Nocturnos cristianos impregnados de alturas góticas
Murciélagos que atentan contra la escurridiza aura bíblica
Suaves relámpagos y tormentas benditas, cínicas.
Cielo epiléptico, acompañado por la decadencia vertiginosa
Que se niega a retroceder y aún así construye muros.

La serie de exhalaciones inconclusas
Se ahogó entre tu palma infinita
Cuando el día de las blancas orquídeas
Cesaron de cantar el olivo, la vida y las brisas
Sin sol, ni luna, privado del oriente y del occidente
De los cráteres inocuos del universo oceánico
Cansado de interpretar a los desatinados girasoles
Con el sudor del fastidio tragándose tu epidermis
Liberaste los vientos, auxiliaste a la muerte
Ansiosos y fugaces inauguraron la luxación derecha
Distendidos ya los caminos rectos, lleváronse las llaves, hechas polvo, a cuestas
Volátiles, lejanas como el horizonte recluso en medio de tus pestañas
Tejiendo, ellas, un sendero con su desaparición
Zurciendo un lindero poblado con los pétalos púbicos del dolor.

Madre que mides las horas y perfeccionas los segundos
Aleja de toda guarida nuestra a los despertares, mis enemigos más próximos,
No aspiro a vivir ingenuo, dativo, añoro viajar soñando
Buscando en la travesía a nadie más que a quien voy amando.

Por eso nuestra existencia no es más que dos hermanos siameses
No es más que un vínculo cardiaco, un yugo sanguíneo
No es más que una parvada de ideas enemigas
Y un arrecife compartido de pútridas heces.

Asfixia, arena blanca y hormigas rojas desbordándose de mi nariz
Asfixia, sin ocho lustros ni cuarenta horcajadas más que sufrir.
Asfixia ¡como te adoro, y viviendo tus elogios lloro, expelo... lloro!


    Me encontraron siendo un pez vela, incrustado en las frías corrientes de Venus
                 Emanando un perfume exquisito que olía a arándano y durazno
    surcando las voces de la derrota entre los brazos del agua salina
               y las piernas del coral blando.

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