domingo, 3 de noviembre de 2013

Manifiesto: Confesar la mirada

La memoria del comienzo y la esperanza del subsuelo

Hay una polémica abierta al lector de un texto literario o de una pantalla de cine, y que posee en común con la forma de ser del humano, la perspectiva de una tensión entre su finitud y su infinitud, su mortalidad y su inmortalidad, la verdad frente a la ficción. Sin embargo, como bien aducirá Bergson, el nuevo inventor  de la ontología del tiempo y de la imagen cinematográfica, los conceptos paralizan la Duración. Entonces nos negamos rotundamente a trabajar sólo conceptualmente, porque no presentaremos estatuas. Tanto la literatura como el cine tienen la fantástica virtud de durar emancipados del concepto, la imagen es sin concepto, “en el sentido de Description, es decir, signo o filamento expresivo, y por tanto Peinture, pintura, espaciamiento colorista sin medida: no la extensión, sino el acto de extender, como un óvulo fecundado va extendiendo la oquedad virtual de una matriz, produciendo espacio en vez de simplemente representarlo” (Torres Ornelas, 2012: 51) El cine nos proporciona, entonces, esa imagen sin concepto que vive a través de un fluido itinerante desde el pasado que ya fue hasta el futuro que todavía no es, su carácter orgánico le permite afirmar su naturaleza: la variabilidad, el cambio, la transformación de sí y de lo otro. La Fenomenología de la memoria que propone Ricoeur, una proyección hermenéutica de la filosofía husserliana, lleva una trayectoria interesante para nuestro ensayo, por que va del qué al quién, “¿de qué hay recuerdo? ¿de quién  es la memoria?” (Ricoeur, 2000/2010: 19)

            Si ponemos en práctica, como sugiere Gabriel Zaid y tal vez un pariente honorario lejano como Immanuel Kant,  la actividad poética y cualquier otra actividad, incluso antes de hacerla pasar por las manos toscas aunque límpidas y brillantes de la teoría, nos costará menos trabajo ejercer la literatura como una actividad cotidiana, y así la comprensión y la interpretación de variados problemas de nuestro día a día en todos los ámbitos que podamos imaginar en este momento, ya sean públicos o privados: el trabajo, el ocio, el negocio, el reconocimiento social, el espacio político, científico, incluso el que cabe en una pantalla de cine, de la tableta electrónica digital o del teléfono celular. Elena Garro escribió tan memoriosa sobre la voz de un personaje que evoca el mito griego de Eco y Narciso en los Recuerdos del porvenir: "Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua  va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga." (México, 2001: 11) Con evidente asombro podemos decir que estamos ante una enunciación que transgrede las fronteras de la epistemología del ego cogito, más allá de las ensombrecidas cuestiones metafísicas del ego sum, rebasando los márgenes de la especulación total y absoluta, pero también del relativismo de la nada y a su vez como un conjunto dentro de otro conjunto que va expandiéndose sucesivamente aparece como fenómeno ese homo aestheticus, el espectro policromático y multiestratificado de la literatura: un juego de lectura, escritura, creación, recepción e interpretación. Ante todo un juego de las nubes al estilo de Goethe pintando las horas de la mañana y del medio día a la tarde hasta el anochecer, con sus estratos, sus cúmulos, sus cirros y sus nimbos "Cuando, desde el espejo de las aguas manso, una niebla eleva su tapiz en raso, la luna, con las olas del aire fundida, como un fantasma haciendo fantasmas brilla, ¡entonces todos nosotros somos con certeza felices, alegres hijos tuyos, oh, naturaleza! Entonces monte arriba suben explayándose, franja junto a franja, ocultándose, a media altura hacia ambos inclinándose, ya cayendo como lluvia o cual aire elevándose." (Madrid, 2011: 7) The answer my friends is blowin’ in the wind, entonaba Bob Dylan. La literatura no representa únicamente lo que sus publicistas hacen ver de ella, y eso pasa con casi todo lo que se publicita, podríamos decir que funge desde cierto ángulo como su axioma capital. Crear palabras, versos, personajes, relatos, circunstancias y situaciones es una acción que tiene la forma del cielo y la fuerza del viento, que arroja bocanadas de aire y puede, como sucede con los ciclones y los huracanes, moverlo todo. Si hemos de hablar de una verdad, ésta me parece bastante seductora: el arte lo mueve todo, no deja que algo se quede en su lugar, desplaza, extraposiciona, nos puede hacer temblar, pero también nos puede trasladar a los países de sentimientos oníricos o los de las maravillas o a una innumerable serie de mundos posibles. Si Zaid no se equivocó cuando al lado de Heidegger y Hölderlin, cantaron y contaron que "en tanto la poesía es práctica, ésta hace más habitable el mundo". Cuando decir y enunciar el lenguaje, procuramos retornar a Gadamer y decir con el eminente filósofo alemán, habitante de la bella ciudad de Heidelberg: ser que puede ser comprendido es lenguaje, pero lo modificamos diciendo "creación literaria que puede ser practicada es tanto poesía como prosa" en el más generoso sentido de estos dos términos. Entonces, producimos palabras, como artesanos las fabricamos, escribir es re escribir e inventar es reinventar. Lejos de una respuesta especializada nuestra lengua y las lenguas otras cohabitan en un mundo en que se dicen cosas, se dicen de manera diferente, con sentidos e intencionalidades distintas, variaciones musicales de su entonación y su acentuación. Decimos que crear tiene que ver directamente con volver al comienzo, con venir al mundo además de estar en él, si es posible tener acceso a esa profunda región que olvidamos fácilmente, y que vuela más alto que los mil a la n potencia sonetos endecasílabos que pueda producir una computadora. En su propuesta "Para la fundamentación de una ginecología negativa" Peter Sloterdijk se plantea el tema del origen y la clausura. Advierte que: "En la época del pensar del origen todas las reflexiones fundamentales se dirigieron a la vulva: la puerta mágica donde el mundo interior, en su oscuridad del seno materno, limita con lo público, iluminado y decible." Desde su simbólico y concreto punto de vista el umbral encantado que es la vulva se basa en una noción básica que el llama "puerta-madre". Como toda puerta a excepción de puertas extraordinarias como las que curiosamente genera la informática, es entrada y salida de sí: en el nacimiento, el acto sexual, el ejercicio religioso y la casa cuyo exterior es luminoso y blanco y que además es denominada existencia. Sloterdijk, como buen filósofo que entra en pugna consigo mismo despojándose de ese carácter con el que se le ha dotado a veces de manera involuntaria, aborda desde la antropología, la arqueología y el estudio de las culturas ese recorrido que va desde los cultos en cavernas paleolíticas hasta un instante no tan remoto aparentemente como hoy mismo. Se describe el tránsito frente a la abertura de la femme y el surco a su través. Lo que muestra la investigación arqueológica es una duda abierta sobre los posibles cultos protoreligiosos en la nueva era del Paleolítico. Suena intrigante, pero antes de juzgar esta tesis acerca de la coyuntura de emergencia de intereses religiosos palpitantes en torno a la vulva, Sloterdijk avanza hacia la maltratada y desatendida revolución neolítica, momento en la historia en que la atención sobre el tránsito hacia el interior de la madre empieza a cobrar acentuación a nivel de mundo. La razón, nos explica, es que "con la revolución aparecieron por primera vez situaciones por las cuales el territorialismo se extendió sobre la humanidad; es entonces cuando comienzan a florecer las identidades radicadas en el suelo; cuando los seres humanos comienzan a tener que identificarse por su lugar, por grupos radicados en un suelo y en último término por sus posesiones." (Madrid, 2003: 251-253). El nomadismo cambia en un giro tremendo por el sedentarismo en intensos marcados por una afirmación de sí de parte del ser humano, lo que sabemos es que también se tenían experiencias de desapego interesantes, había raíces, pero también alas en estos pájaros artistas, pensantes, actuantes, seres de labor y animales de juego. Para esto se aventura la idea de una especie de agrometafisica, sobre la que no abundáremos, valga decir únicamente que Sloterdijk coloca sobre la arena de discusión el diálogo entre las especies vegetales que significaban una utilidad, así como en los animales su domesticación, es decir, su transformación al lugar que habitamos. Es precisamente esta fijación al suelo trabajado la que cree el filósofo alemán que sirvió como analogon entre el mundo de la madre y el espacio natural en el que se instala con sus frutos una cultura, la agricultura. Y de ahí se interioriza la idea de una necesidad, ya no sólo la exploración de la tierra, sino su explotación y en su momento, ya no sólo su sacralización, sino su profanación. Nace el ejercicio del poder y con éste el desarrollo de un nuevo espacio delimitado, llamado pater, patria. Adviene igualmente un concepto surgido del derecho de suelo como ley: nomos. La economía florece en una obsesión que fue tan desafiante como la amistad para los éticos, la fuerza de la sangre que arraiga a la tierra y que ahora se convierte en viajera de las madres que poseen.

            Amigos y hermanos de vida ni Abel Sánchez ni Joaquín Monegro guardaban memoria del momento en que se vieron por primera vez. Conocidos sí que lo eran desde la infancia, desde el alimento en común y la proximidad antes de saber articular la voz. Bien dice  Miguel de Unamuno que se conocieron conociéndose entre sí. Así, hablando sobre la soberbia señalaba el escritor español con sabiduría ejemplar: "Sólo odiamos lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, y de alguna u otra manera, se nos parece;  lo absolutamente contrario o en absoluto diferente de nosotros no nos merece ni amor ni odio, sino indiferencia. Y es que, de ordinario, lo que aborrezco en otros aborrézcolo por sentirme en mí mismo; y si me hiere aquella púa del prójimo, es porque esa misma púa me está hiriendo en mi interior. Es mi envidia, es mi soberbia, mi petulancia, mi codicia, las que me hacen aborrecer la soberbia, la envidia, la petulancia, la codicia ajenas.  Y así sucede que lo mismo que une al amante y al amado, une también el odio al odiador y al odiado, y no los une ni menos fuerte ni menos duramente que aquél." (Bueno Aires, 1999: 7)

            Por lo anterior, como aseguraba en 1946 con cierto tino especial y en virtud de la nebulosidad de la novela, Ramón Gómez de la Serna en el Prefacio a El hombre perdido: "La vida y la novela son una ilusión, la ilusión de encontrarse a uno mismo." (Madrid,1962: 7) Y si hemos sido testigos de una época tan hostil como dialécticamente protectora, aunque adversaria, de los mitos ha sido de un tiempo conocido como Ilustración europea. Por un lado un Kant crítico y los defensores del idealismo trascendental quitaron el disfraz de los antiguos relatos y las historias referentes a dioses y semidioses, por otro lado, es mediante esta misma crítica racional de cualquier verdad poético-simbólica que se arremete violentamente contra todo tipo de proyección antropomórfica de la naturaleza salvaje. El proceso de despersonalización implicó paralelamente un movimiento de desmitologización o siguiendo la tesis a la que hacíamos referencia, la promesa de la madre se clausura, como se cierran las puertas de la fortaleza de Héctor a quien bajo su cuidado responde el nombre de la mujer más bella de la Hélade, Helena. No obstante, la pretensiosa desaparición de los mitos, como apunta Hans Robert Jauss, produjo un efecto interesante de inversión dialéctica, avivó esta borradura la aparición de nuevas generaciones de mitos. La pregunta que conduce estos relatos tiene un carácter más humano, sobre todo y particularmente, estuvieron preocupados los pensadores por la historia de esa rara especie que es el ser humano, luego enmendaríamos el camino y nos interesarían también con Darwin las tortugas de las islas Galápagos o inclusive con Ray Bradbury la vida extraterrestre o con Isaac Asimov la vida robot. Pero la inquietud por el hombre avisaba el surgimiento de instituciones sociales, religiosas y jurídicas. Relatos todos éstos revestidos por un proceso que Jauss, y antes que él Adorno y Horkheimer, describieron como "opuesto a la crítica oficial de los mitos de la Ilustración." (Madrid, 2004: 27) La Ilustración trazó el itinerario de una creencia fantasmagórica, pero que, al mismo tiempo, provocaba la sensación de vacío opresivo en la sistemática organización de la razón que de organismo vivo tenía menos que de boomerang progresivo y regresivo de la razón, a tientas se acercaba sigilosa la vuelta inesperada de una naturaleza fortalecida. El hombre no parece feliz, la partida de los mitos lo tiene en su lugar a la deriva, desolado frente a la razón instrumental y la naturaleza intervenida yace arrojada y flotando en un profuso haz de oscuridad en busca de Dioses menos temerosos vacunados con el poder de la mano humana. Lo más llamativo es que fue un ilustrado atípico devenido pionero romántico como Rousseau quien en sus Confesiones nos comenta casi susurrándonos al oído que su admiración primera no fue necesariamente la impresión del autoengaño público que como espectadores de una película de ciencia ficción vería proyectarse la escena del progreso incesante de las ciencias y el conocimiento humano paralelo o incluso causa material primera del perfeccionamiento moral. Jauss la denominó "una nostalgia del comienzo, de un nuevo inicio de la historia depravada, de la que podría finalmente surgir una sociedad de libres e iguales". Fue así que nuestro osado pensador ginebrino, Rousseau, sostuvo lo contrario, como un hombre que puede gritarle a la ola más alta justo cuando está en su punto mayor y antes de quebrarse en el suelo. Opuso, como nos recuerda Jauss, al "fatal desarrollo de la sociedad moderna, la contra imagen del estado de naturaleza, una visión del comienzo hipotético de la humanidad." (Ibídem: 28) ¿Hubo, así, fracasado la empresa utópica de socialización humana? ¿Hubo un primer hombre? A pesar de la imaginación fatalista que expone esta dialéctica del regreso involuntario de la razón al mito, lo cierto es que los mitos jamás se disolvieron, aún durante el siglo de las luces, las luces no pudieron apagar las fábulas, ni las mitologías, como también observará desde otra perspectiva, la semiótica, Roland Barthes. Aunque también es cierto que éstas últimas se cubrieron por el manto explicativo y nomológico deductivo de la ciencia emergente. Ahora el mito no relata la fundación mediada del grupo social, ni se posesiona, ni inspira irracionalmente en un baile frenético, como en Las Bacantes de Eurípides, sino que se ha transformado en conocimiento e ideología bajo la responsiva de las religiones del libro, la cristología la hagiografía y muchos mitos modernos remasterizados. Se observa, por igual, la escasa oposición que demostraron las autoridades eclesiásticas: "Toleraban más bien, el uso didáctico, estético y representativo de los mitos paganos, con la condición de que quedase excluido del ámbito de lo sagrado como algo nulo." (Ídem) Según el representante de la estética de la recepción, esta licencia institucional tenía su causa en el razonamiento ortodoxo de que las fabulosas historias politeístas tenían la facultad de mostrar y formar con ello al hombre cristiano, lo que los seres humanos eran antes de la llegada del Mesías, es decir: idólatras de la materia natural y viva. Creo que es precisamente aquí donde debemos mantener presente el comienzo de esa trayectoria en espiral que sigue la escritura de la obra de Bloch, “El principio esperanza”, ese comienzo que respeta el menú filosófico, a la carta y de paso a la kantiana, el de la reformulación de las famosas cuatro preguntas del pensador de Königsberg: “¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre?” en “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adonde vamos? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera?” que cuestionará Bloch. Sloterdijk nos habla sobre el suelo materno y Bloch no se distancia mucho de este último cuando habla del sentimiento de confusión generalizado, el suelo también vacila, la tierra se cimbra, y esto pasa y ya ha pasado, y cuando debieran sobrar las razones, éstas deciden ponerse en crisis. Si se trata de aprender la esperanza, uno de sus mejores comparsas y del que no podemos prescindir es el miedo. Huimos de él cuando huimos de nosotros mismos, cuando nos negamos y lo negamos.

            Pongámonos más prácticos como nos pide Zaid y Kant. Nadie mejor que Bajtín ha descrito bajo la modulación y el tejido musicales de una pluralidad de tonalidades el problema filosófico  de la formación interdiscursiva e intersubjetiva de la persona y de la conciencia, pero irrumpe el problema cuando habla la tradición reflexiva filosófica continental al decir que cuando hay conciencia, hay siempre conciencia de algo. Bajtín aborda a Dostoievski ya no en su dimensión finita y determinada, digámoslo así, biográfica, sino libre y autónoma en el imaginario literario de los problemas de la poética de un autor tan polifónico como su obra novelística, F. Dostoievski (1821-1880), quien ha sido probablemente el crítico más puntual y vigoroso de los movimientos socialistas y nihilistas, no sólo al interior de la Rusia zarista del siglo XIX, sino también un profeta de la potencial deshumanización del siglo próximo. Su obra es de carácter popular, pero no por ello, por lo menos desde sus primeras publicaciones, se trató de un escritor reconocido, sino mas bien señalado moral y políticamente como nocivo para la educación de las juventudes, a principios de siglo XX más adecuadas al estilo y al espíritu del comunismo revolucionario, desde ese punto de vista fue un autor mal tratado y mal venido, excluido de las reformas educativas y de los acervos públicos, hasta llegar al grado de suspender la publicación de sus obras. Así como Bergson hablará de la Imagé, como una realidad que ya no apuesta por los huecos estructurales o trascendentales, ni por los contenidos y contenciones empíricas. Como bien ha señalado Sonia Torres Ornelas siguiendo transparentemente a Heidegger, la de Bergson es “una ontología que quebranta la relación de oposición mundo-imagen en el momento en que afirma que el mundo no alcanza realidad por ser objeto de la representación de un sujeto.” (Torres Ornelas, 2012: 51)

            En las Memorias del subsuelo (1864) Dostoievski demanda dos valores fundamentales de la condición humana: la libertad y la impredecibilidad de su naturaleza, transgrediendo frecuentemente las anquilosadas márgenes de las predicciones y explicaciones de las ciencia sociales, autoreferentes y ultraobjetivas, haciendo gala del modelo de las llamadas ciencias naturales, basadas a su vez en el mapa de la matemática cartesiana. Contra el cálculo de la cultura moderna y la tradición egológica e individualista en que se sitúa la representación filosófica de la memoria, el héroe de Dostoievski es consciente de que no hay regla ya que pueda imponérsele a su libertad, y en tanto es así podría violar cualquier regla que tenga esa pretensión o sea ingenua en cuanto a esta condición de ilimitación. Es la representación de la tensión entre la presencia y la ausencia, como en el caso del fenómeno de la memoria visto desde la perspectiva platónica en el Teeteto. Un coloquio polémico en cuyo escenario se sostiene una persona que discute con la persona ausente, pero que es el y todas las perspectivas que lo construyen sin terminar de hacerlo realmente. Una diatriba que incluye, para Bajtín un momento esencial de toda confesión: la colisión de ideas. De esta manera sostiene el filósofo de Orel: “Memorias de subsuelo  representa una “Icherzählung” de tipo confesional. Inicialmente esta obra iba a ser titulada La confesión, en efecto, se trata de una auténtica confesión; claro que aquí dicha “confesión” no se debe entender en un sentido personal. La intención del autor aparece aquí como en toda “Icherzählung”; no se trata […] de un documento personal, sino de una obra literaria.” (Bajtín 1979/2012: 414)  

            Acerca de una Antropología narrativa observamos cómo encierra esta reflexión mínima una especie de réplica a los postulados de Chernyshevski sobre la transformación social y la educación del hombre nuevo,  ahora no nos extrañe que desde aquí la obra de Dostoievski haya sido apartada de las nacientes mentes de los jóvenes comunistas. Dostoievski mismo, lleva a cabo una operación que luego Bajtín retomará como eje de su filosofía de la literatura y de su fenomenología del acto ético: la extraposición. Transponer un lenguaje a otro, entre diversos discursos, por ejemplo un lenguaje musical a uno poético, o uno poético a uno narrativo, o uno fenomenológico a uno estético o metalingüístico. Subrayo este tema, porque tenemos en este descubrimiento bajtiniano una de sus principales coyunturas, ver en el diálogo que es la vida misma, una extraposición dialógica. El primer capítulo de la obra es un monólogo filosófico. El segundo capítulo es un episodio dramático. El tercer capitulo es un desenlace trágico. El autor de las Memorias del subsuelo  extraposiciona al plano de la configuración contrapuntística y literaria la regla de pasaje musical de una tonalidad a otra, es decir existe una relación orgánica entre los estratos de la novela. “La novela se estructura con base en el contrapunto artístico. El tormento psicológico de una muchacha perdida en el segundo capítulo corresponde al agravio recibido por su verdugo en el primero, y al mismo tiempo se contrapone, en su resignación, al amor propio de él, lastimado y amargado. Éste es precisamente el punto contra el punto (punctum contra punctum) son varias voces que cantan de manera diferente un mismo tema. Es precisamente la polifonía la que descubre el carácter polifacético de la vida y la complejidad de las vidas humanas.” (Bajtín, 1979/2012: 121) De nuevo, el personaje abre un antidecálogo pronunciando inicialmente su discurso con una descripción muy poco optimista: “Soy un hombre enfermo…Un hombre malvado. Un hombre carente de atractivo.” (Dostoievski, 1864/2005: 2) En el fondo también ha dicho soy un hombre moderno, he cometido un crimen, pero es un delito que me salva y redime, he matado a Dios. Pero, tiene por igual, una creencia falsa y verdadera sobre sí mismo que lo ubica en la insoportable finitud de su ser. Continúa profiriendo a alguien, quizás a sí mismo y a otro, un tercero que está ausente y presente. Es verdadero, falso y todo lo contrario: “Creo que padezco del hígado. Pero, por lo demás, no entiendo un comino de mi enfermedad ni sé con certeza qué me duele. No sigo un tratamiento de cura ni nunca lo he seguido, a pesar de que respeto la medicina y a los médicos.” (Ídem) Nos habla de su identidad desgarrada inevitablemente por hacer uso de las imágenes, de las voces, de los gestos, de la palabra y de las representaciones que en avalancha le provocan angustia en lo más denso y vertiginoso de su existencia: “Soy, por añadidura, extremadamente supersticioso; al menos, lo suficiente como para respetar la medicina (poseo la instrucción precisa para no ser supersticioso, pero lo soy)… No obstante, si no quiero curarme es por pura maldad. Esto ustedes seguramente no querrán comprenderlo. Pero yo sí que lo comprendo.” (Ídem) Notemos, entonces, el modo en que el personaje interpela a su espectador, a su lector, a su alter ego y a las distintas tonalidades que conforman su espacio, es una lucha de voluntades y es también una serie de juegos de poder internos y externos. “Obviamente no sabría explicarles a quién trato de perjudicar con mi maldad. Sé perfectamente que ni a los médicos puedo “fastidiar” por no dejarme curar por ellos. Y comprendo mejor que nadie que, actuando de esta manera, sólo me daño a mí mismo y a nadie más. Pero, a pesar de todo, si no trato de curarme es por maldad. ¡Ya que me duele el hígado, cuanto más me duela, mejor!” (Ídem) Con Ricoeur nos aproximaremos a la memoria y a la imaginación de este paradigma literario porque además de ser de una complejidad extrema, como sucede con el fenómeno ideológico, tiene efectos relevantes sobre la comprensión del mundo de la acción humana. Por que al parecer no hay aquí un abuso ideológico de la memoria, aunque hay una tremenda opacidad en el proceso del personaje, no es una utopía confesable, ni una ideología inconfesable. Por momentos denuncia a sus enemigos, pero resulta que el mayor de sus adversarios es él mismo.

            Características del héroe de las Memorias del subsuelo son su tipicidad para su tiempo y su entorno social, su definición psicológica o psicopatológica, la caracteriología de su conciencia, su comicidad, pero también su final catastrófico, las definiciones morales de su personalidad. A decir de Bajtin, esto lo sabe bien Dostoievski, como lo sabe bien su personaje, su discurso y el relato del mismo es inconcluso, un  adjetivo con el que el propio filósofo ruso ha manifestado la especificidad de la condición humana: su inconclusividad. La última palabra sobre su indefinición el pertenece a él considerando las miradas objetivas, así como las parciales. ¿Coincide perfectamente la dominante de la representación con la dominante de lo representado?  Pregunta para las hermenéuticas Gadamer y de Ricoeur y para la Ontología de la Mímesis que propone en su lectura de los efectos del lenguaje sobre la reflexión del modo de ser de lo humano y lo no humano González Valerio a través de su Tratado de ficción. Señala astutamente Bajtín: “El hombre del subsuelo piensa más que nada en lo que piensan y pueden pensar de él los otros, trata de adelantarse a cualquier conciencia ajena. Y a cada pensamiento sobre su persona, a cada punto de vista acerca de sí mismo. En todos los momentos importantes de sus confesiones trata de anticipar una posible definición y valoración de su persona por los otros, de adivinar el sentido y el tono de esta valoración, e intenta formular todos esos posibles discursos ajenos sobre su persona, interrumpiendo sus palabras con las réplicas ajenas imaginadas.” (Bajtín, 1979/2012: 134) Contra replica con énfasis: “No por nada será éste, el primer ideólogo en la obra de Dostoievski” (Bajtín, 1979/2012: 145)

            “La palabra del hombre del subsuelo carece de decoro porque no tiene ante quien lucirse. Su palabra no se centra ingenuamente y en su tema. Está dirigida al otro y a su otro interno parlante (en el diálogo interno consigo mismo) […] En su actitud con respecto al otro, su palabra tiende deliberadamente a ser nada elegante, a contrariar al otro y a sus gustos en todos los aspectos. Pero también con respecto al propio hablante, esta palabra ocupa la misma posición, porque la actitud hacia su propia persona se entreteje inseparablemente con su actitud hacia el otro. Por eso la palabra aparece como manifestada y calculadamente cínica, aunque con cierta ruptura. Es una palabra que tiende a la excentricidad [iurodstvo].” (Bajtín, 1979/2012: 420) La palabra se fuga, pero también legitima, así como la conciencia se escapa la conciencia tiende a atrapar, pues el diálogo interior del héroe rodea y atraviesa el diálogo con el otro, así como la conciencia del otro. Es la discusión del hombre, el mundo, la naturaleza y la sociedad. Por ello, el héroe de Memorias del subsuelo es ideológico, se percibe la voluntad ajena que lo determina, rastreamos en su discurso los mismos elementos que flanquean su forma de ser, que es polémica, así como su inconformidad por la forma en que es organizado y administrado el mundo. ¿Podemos acaso asegurar que se trata de una memoria manipulada? No nos extraña que para Clifford Geertz y Paul Ricoeur, el fenómeno del análisis ideológico se inscriba en la órbita de la “semiótica de la cultura”. No es sólo la distorsion de la realidad la que está en juego, porque no hay una realidad única establecida, ni siquiera de forma oficial en los sistemas abiertos de la simbólica presente en el horizonte de la acción de personajes de ficción y personas “reales”, hay una red de integración y desintegración de mundos. El cuidado de la identidad entra en crisis, como podemos ver a través de la literatura de Dostoievski. Al respecto ha señalado Ricoeur: “En última instancia, sólo en sociedades carente de estructura política jerárquica, y en este sentido sin poder, se correría el riesgo de encontrar el fenómeno desnudo de la ideología como estructura integradora, en cierto modo inocente. La ideología, en definitiva, ira en torno al poder. En efecto, lo que la ideología tiende a legitimar es la autoridad del orden o del poder, orden, en el sentido orgánico entre todo y parte; poder, en el sentido de la relación jerárquica entre gobernantes y gobernados.” (Ricoeur,  2000/2010: 113)

            El cine no es ajeno al movimiento de las diversas expresiones artísticas, lo cual no significa que todas las artes procedan del mismo modo, ni que dispongan de los mismos materiales; lo que quiere decir que hay un cierto registro de la realidad que se transcribe en música, teatro, danza, pintura o cine. El cine nace de la efervescencia de las vanguardias de principios del siglo XX; roba y reelabora las invenciones del teatro y de la pintura, en esos momentos, pero, más tarde, la literatura es decisiva, particularmente en el cine moderno, próximo al procedimiento de la Nouveau  roman.” (Torres Ornelas, 2012: 100) En el plano cinematográfico, ocurre una analogía afortunada, guardando las debidas distinciones, con el plano literario, sobre todo cuando es el momento de promover un diálogo entre ambos espacios, que son lugares de origen y nacimiento de algo misterioso, pero también terreno de abusos y usos cuando de la memoria ejercida se trata. Está implicada la representación. Con Sergei Mijáilovich Eisenstein (1898-1948) quien dirigió por igual cine que teatro[1], queremos pensar justamente ese todo fílmico-temporal que supone el camino del pensar representativo. Gilles Deleuze confronta a Eisentein, pues mientras el primero convoca abiertamente a dejar los espacios de la representación y abandonar la hegemonía del montaje (Torres Ornelas, 2012: 93), el segundo invita al Vorstellen, a la re-presentación del cine clásico. Se nos presenta precisamente un todo concreto, eso es lo que hay: Tierra, Madre, Pueblo. “lo virtual-real que alcanza solidez gracias al doble juego de la metáfora y la metonimia: similitud y contigüidad, pero también el sintagma y el paradigma: integración y diferenciación” (Ídem)

            Para Torres Ornelas, “en el cine soviético el montaje funciona como una unidad productiva que engendra sus propias parcelas por división diferenciante, tal y como operan las células, protoplasma, membrana, núcleo; es según esta perspectiva, la transcripción cinematográfica de una suposición de totalidad material y dinámica que implica una nueva comprensión de los dos signos temporales o cronosignos con los que trabaja el cine clásico, es decir el modo en que trata el tiempo en relación con el movimiento: el tiempo como Todo y como presente variable” (Torres Ornelas, 2012: 94).

            Nos interesa por otro lado, el sentido social de una obra como El acorazado Potemkin, y como nos ayuda a pensar la noción de “Pueblo” y de “Ideología” sobre todo en una de las escenas más homenajeadas y citadas por el cine mundial, la famosa escalera de Odessa y el ataque de los cosacos sobre el pueblo. Una madre que muere sin ver como su hijo es arrastrado literalmente por el movimiento imparable y el enfurecimiento del poder violento, rueda la carriola por las escaleras y el pueblo, representado como una confiada, primero, perseguida, después, emancipada, finalmente, clase trabajadora que es sometida y pisoteada por las fuerzas instrumentales del Estado.  Es aquí donde Torres Ornelas, a mi parecer, detecta un elemento de importancia monumental. “Aquí el éxtasis lleva la misma piel que la agonía. Que viva México!, es el nombre de la gran obra de su vida, la soñada, la acariciada, pero que no llegó a ver completamente montada. En ella registra a un pueblo que entiende la libertad en la sonata interminable de la vida; un pueblo nunca acabado del todo, que va forjándose en la permanencia de sus dioses de piedra, en el dominio del pasado sobre el presente.” (Torres Ornelas, 2012: 95) La colectividad mexicana, en un grado ontológico, como naturaleza o esencia popular, le causa atracción a Eisenstein, es el magnetismo de la fiesta y el carnaval como eventos multitudinarios en donde los valores se invierten, como también llegará a observar Bajtín en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Lo regional de La sandunga, que entra en ciclos de repetición sin fin, pero renovada, como son los ciclos de las festividades, de lo sagrado y lo profano, los ciclos de la naturaleza de lo otro con lo que entro al mundo de mí mismo y del nosotros. Es la región donde el hombre blanco descubre la magia encantadora de lo impersonal, de llegar a ser otro por mediación de un conjuro místico, la fiesta en donde se representa la tensión de lo que viene y se va, de lo que permanece y se conserva, de lo perecedero como las estaciones o de lo que trasciende como el universo. El conquistador es descolonizado, subvierte sus raíces entrando en la experiencia ajena, en la que los demonios también pueden ser blancos, no sólo los dioses, donde los dioses paganos vuelan sobre la planicie elevada que es ese cuerpo estrellado, cobertizo de los existentes, manto de los habitantes del orbe: Tonantzin, una virgen oscurecida por el sol y el llanto, y por la espera, que es pura desmesura, pero que brota del subsuelo, y no baja del cielo, de donde normalmente se imagina un tipo de lógica judeo-cristiana.  No obstante, la relación libertina y romántica entre el cine y lo social, llega a disolverse, como un sueño del que se despierta o una pesadilla a la que se llega como destino fatal. El cine como propaganda pervierte ese idilio amoroso que se ve interrumpido por mor de los regímenes totalitarios que instrumentalizan la figuras de lo popular, del folklor, de la fiesta en una embriaguez terrible que termina por enseñarnos varios matices políticos ante los que no debemos ser indiferentes. No me libro de las imágenes sólo con detectar su nivel informativo, lo comunicativo o simbólico, lo significativo, bien lo dedujo Barthes, hay algo más en los cuadros de “Iván el Terrible”, más allá del obvio oro lluvioso en la cabeza del joven zar. Cuando leemos y recibimos las imágenes, los fotogramas, las luces, como cuando leemos y recibimos las palabras y las sombras, los recuerdos y los proyectos, la incompletud de un estar ahí del sígno, la incompletud de un ser ahí que es el hombre, un tercer sentido, que es errático, tosco, pero evidente, obtuso, que parece ser extracultural y carnavalesco. (Barthes, 1982:  56).

            Si lo político significa la disolución de lo individual, entonces el cine político supondría, que el pueblo ya no existe, o no existe todavía. ¿Qué sucede con la proliferación de tribus, ghettos, minorías, grupos emergentes? ¿En qué consiste aquel fenómeno denominado “Nuevo cine nacional”? por colocar un ejemplo ad hoc. Escuche a Tin Tán cantar y llorar sobre esa tragicomedia: En un bosque de la china, una china se perdió, y como yo era un perdido nos encontramos los dos. Era de noche y la chinita tenía miedo de estar solita. Ella suspiraba, la luna la besa indiscretamente, el cielo es testigo de ese instante. Navegando sobre la experiencia del comienzo nos sentimos ya extrañados de nosotros mismos, pues cosa extraña es el comienzo. A propósito de la exposición de la poesía de Paul Celan a la que alude Sloterdijk, el filósofo comenta lo siguiente: “La palabra existir, con la que en nuestro siglo, el siglo pasado, se ha definido la condición ontológica del hombre, encierra, para el que aguce sus oídos  a la fuente de sentido de la expresión, un eco certero del exponerse poético de Celan. Si la poesía e expone, y si el existir significa mantenerse fuera [sich hinaushalten] en la noche del mundo, cabe decir que la existencia y la poesía son fenómenos solidarios en sus respectivos movimientos fundamentales.” (Sloterdijk, 1988: 14) Investigar al sujeto supone una aventura de subjetivización y desubjetivización que es a todas luces una empresa imposible, como lo confesable resulta inconfesable realmente y comenzar resulta finalmente un ya haber comenzado.

BIBLIOGRAFÍA
-Mijaíl M. Bajtín, Problemas de la poética de Dostoievski, México, FCE, 2012.
-Roland Barthes, Lo obvio y lo obtuso, imágenes, gestos y voces, Barcelona, Paidós,  2009.
-Ernst Bloch, El principio esperanza [I], Madrid, Trotta, 2004.
-Elena Garro, Recuerdos del porvenir, México, Joaquín Mortiz, 2001.
-Fiódor Dostoievski, Memorias del subsuelo, Buenos Aires, Losada, 2005.
-J. W. Von Goethe, El juego de las nubes, Madrid, Nórdica libros, 2011.
-Ramón Gómez de la Serna, El hombre perdido, Madrid, Espasa-Calpe, 1962.
-Sonia Torres Ornelas, (Montajes) Entre filosofía y cine, México, Torres Asociados, 2012.
-Paul Ricoeur, La memoria, la historia y el olvido, Buenos Aires, FCE, 2010.
-Hans Robert Jauss, Las transformaciones de lo moderno, estudios sobre las etapas de la modernidad estética, Madrid, La balsa de la medusa, 2004.
-Peter Sloterdijk, Esferas I, Madrid, Siruela, 2003.
___________________, “Poética del comenzar” en Venir al mundo, venir al lenguaje. Lecciones de Frankfurt, Valencia, PRE-TEXTOS, 2006.
-Miguel de Unamuno , Abel Sánchez, Bueno Aires, Losada, 1999.





[1] Entre sus películas más reconocidas podemos mencionar “El diario de Glúmov” (1923), “La huelga” (1924), “El acorazado Potiemkin” (1925), “La línea general” (1929), “Alexander Nevsky” (1938), “Tiempo en el sol” (1940), “Iván el terrible” (1943-1945).

Es un típico muro

Es un típico muro. Te ves en él. Escupes y vuelves el siguiente día.

El muro te responde. Tienes húmeda la cara. Te limpias con un pañuelo.

Brasas

El poeta es primitivo     
Se resbala por el pensamiento
Es salvado por la palabra
Hilvanado por el estilo
Priva al hielo y lo aniquila.
Carga una montaña en su espalda
Pisa el pie derecho al izquierdo
Hace lo mismo sobre su mano,
Una atrapa a la otra, intrépida y depredadora.
Es una roca envuelta en un paño de oro
Sus plantas son de color café
Y no es por contingencias azarosas
Envilece el pedregal incendiado y es raíz entrometida
Alza los brazos y le arranca a la luna su cabeza
ésta desangra fácilmente, de su rostro escapan anhelos
como de los muelles barcos, galeones y veleros
la reflexión retoza ya en el ombligo del cosmocida.

El espejo lacustre se tiende liso
Estirado sobre la llanura mediata
Un estrépito en el valle inaugura
Un anquilosamiento inmenso
que ebulle al cojín calendarizado
Primigenio y astuto cielo turbio, distendido bajo tu pupila
Quemado y desvelado por la juerga y de los insectos su saliva
Hecho de mimbre, manchado de lodo y pulpa de mango.
La colina es su albergue trenzado
Luego de sacrificar al satélite
Resuelve sus tristezas lloroso, ahogándose en la madera
Encerrado atisba chispas de oscuridad en la caverna
Aún así, la sangre blanca y espesa continúa acariciándolo
Se filtra ingeniosamente por una grieta
Que mira al exterior hostil y desconocido.

Una estalactita calcárea emana un fulgor tímido
Llama la atención del hombre,
quien distraídamente suelta a la protectora aurora.
Ahora ve más que nunca, oye más que nunca,
Siente más que nunca, rasgan su frente.
Se anclan sobre sus narices aromas más que nunca
Asamblea de carpas tornasol, el sonido se disipa
El aire queda prensado en los pulmones
La faz queda gangrenada, los cachetes como globos
Que en el escape quedaron incomprendidos,
Viajan en parvadas hacia el polo plutónico.

Es al discurso un matinal menester
Hacer de su expresión un embate
Dada la enemistad a atender
El coyote racionaliza a la presa
Y el conejo huye hacia las fauces del rey
Por que la premura lo persigue
Y cuando el cielo se abre y la tinta se devela
Se dispersan los fantasmas de la ley.
Cae rendido sobre sus espinosas letras
Que le atraviesan sus ropas.
Lo restante se incendia sin heredar vacuna
Deja de ser inmune el próximo hacedor
Quien compone los antifaces de la medida
Envilece y regurgita, veo brotar pus
Que cobra vida en su resquicio vocal.

Enfermo exige aún más de la vida,
Vivo demanda la muerte
Muerto está trasnochado,
La resaca siempre va
Está donde siempre nace
No está donde nunca muere
Estamos aquí porque fuimos indiscretos
Ahora ardemos y no somos mas que susurro del viento
Un soplo y sobras en el destierro.
Hablamos durante una milenaria huída
Hemos dicho nada en años libertinos
Enmudecidos en el tiempo perdido
Digeridos por la lidia, asolados por el filo.




30/09/03

Calavera a la humanidad (El hombre ha muerto)

Otro loco. Otra linterna.
De todo te libraste, huesuda y enjuta
Desististe de toda oportunidad existencial
De nada te lograste aferrar, méndiga astuta
Y ahora cargando, te veo, las cadenas de la mortalidad.

Alabaste cotidianamente una porción fresca de barro
Desnuda te vestías con el heno silvestre del campo
Tratando de ocultar nulamente tu epidermis descolorida
Nacida de los engranes y la mezcla aceitosa diluida.

Ruido por el estruendo de la máquina
Alimentóse de la fortuna espiritual
Silencio por el descanso de la catrina
Que con fugaz desvelo pierde su sonrisa habitual.

Tuerta te dejaron tus esfuerzos y trabajos
Por siquiera volverte al amanecer
Finitos se hicieron las teorías y los andrajos
Y pronto de desdicha cubrieron de nuevo tu piel.

La necedad e insensatez te consume cuando inútil te martillas

Como hoja seca al viento de otoño desapareces
Creando con el cincel simples y llanas astillas
Construyendo el sepulcro de tu próxima vida
Mueres y vives, eres y pereces.

De la nada germinaste y a la nada regresarás
Hielo de fuentes sublimes y áridas
De emociones y luz jamás gozarás,
Si eres tu la que suplica e insiste por la conformidad
Dulce hiel de tu destino y amargo fin de tu eternidad.

La fe revolucionaria fue nuestra reflexión primigenia
Proezas y claridad nuestro aroma inicial
Ahora son los hálitos pútridos los que ingresan por las puertas de Corti
En espera de edificar el imperio de la corriente fluvial.

Veo cadáveres en las máscaras y el disfraz inconscientes
Gotas cayendo en el vacío privando de esencia y entidad
A la próxima semilla que nunca la luz reflejará.

Buitres capitalistas que dirigen a la humanidad hacia el abismo.

Veo carroña y amorfos seres en la alegría sin resonancia
Y en los refugios de la soledad
El corazón se ha pasmado
Y los tambores han dejado de pulsar
La humanidad se filtra por el arena del desierto y se marcha, se va.

¡Ay amada, mi amada
dejaste de generar
para ser degenerada,
declinada,

menguada!